La circularidad es un concepto importante para aquellos que están preocupados por el medio ambiente. Para explicarlo, consideremos el recorrido que realiza una botella de plástico, desde su compra hasta su reciclaje.
El proceso de circularidad implica que un residuo regrese a la cadena de valor a través del reciclaje. Los envases que tiramos en el contenedor amarillo, como botellas de plástico, briks de leche, latas de refrescos, aerosoles, bandejas de corcho blanco y pequeños envases, pueden convertirse en nuevos productos.
El viaje comienza en el supermercado, donde compramos productos envasados en materiales que pueden ser reciclados. Luego, en casa, separaremos estos materiales en el contenedor correspondiente: amarillo para envases y azul para papel y cartón.
Después de la separación, los residuos son recogidos por camiones especializados, que los llevan a una planta de selección. En esta planta, los residuos pasan por cintas transportadoras y se clasifican por tipo de material. Los materiales separados se empaquetan en fardos y se envían a plantas de reciclaje homologadas.
En las plantas de reciclaje, los fardos se tratan utilizando diversas técnicas, como desetiquetado, triturado, lavado, decapado o separación por densidad, para convertirlos en nuevos materiales con valor de mercado. Por ejemplo, una botella de plástico reciclada puede convertirse en pequeñas escamas de PET, materia prima lista para fabricar nuevas botellas u otros productos.
Según un estudio de Kantar para Ecoembes sobre ‘Hábitos de reciclaje de la población española’, 4 de cada 5 hogares declaran reciclar. Es importante conocer el destino final de los envases que reciclamos para contribuir a la circularidad y darles una segunda vida.
Este recorrido de los contenedores para obtener una segunda vida se puede resumir en cuatro pasos: compra, consumo y separación en casa; recogida en camión; planta de selección; y empresa de reciclaje.